sábado, 21 de junio de 2008

Historia de Nefardo

Nefardo Pienso, un hombre como tu, como aquel, un hombre como yo que se pierde en los pensamientos abruptos que genera el diario vivir; Nefardo, hijo de Nepomuceno Pienso y Anselma Poruno, nacido en medio de una noche tormentosa como su vida y criado en las vertientes que forman las montañas del norte donde declinan hacia la llanura costera. Tercer hijo de quince que tuvo la matrona; por ser de los mayores, poco estudio pudo abonar a su currículo. De joven y a la mañana salía temprano con la moga al hombro como se llama el fiambre en las animas, a ayudar a Nepo, como le decían al viejo en la vereda las animas, lugar de residencia de su casta sin linaje; arar la tierra fue su rutina hasta bien entrado en años cuando decidió embestir la vida de frente y sin ambages. Siempre fue el tercero; el primero, Fermín, era el predilecto de Don Nepo; era el mayor y probable heredero de su fortuna, una casucha de zinc y tapia; además de dos cabuyas de tierra que apenas daban para conseguir la legumbre de dieciocho que formaban el grupo familiar; contando el abuelo Clodomiro, la abuela Siriaca y Chato; un campesino retardado que su familia abandonó por la imposibilidad de criarlo y que hasta donde sé, era el único nombre que tenía. El segundo hijo, Florildardo; abandonó la casa paterna desde mucho antes que el viejo ajustara ocho hijos y cuando ya el jornal apenas alcanzaba para mantenerse los viejos de la casa; partió cualquier día como salen los hijos de la casa cuando el viejo ya no puede con la obligación; sus pocas cosas entre un costal, una muda de ropa buena, otra de jornalear, los zapatos de domingo, unas fotos de la chata como llaman en las animas a la Rosilda, la hija de Don Pedro, el dueño de la abacería y una estampita de la compañera del viajero, la virgen del Carmen, que le regaló la vieja Siriaca Garlentina Trujillo, como se llamaba la abuela, que peleaba para que a nadies se le olvidara su apellido, ya que nadie lo llevaba, se la regaló para que encontrara el camino de regreso, porque andaba en compromisos con la chata, la hembrita de Don Pedro, y los Trujillos no incumplían promesa. Del Florildardo poco se sabía; no mas que de algún aguinaldo que llegaba entre agostos, porque hasta el correo perdía el camino.

Nefardo Pienso, nacido en hogar humilde y respetable; sostenido en creencias perdidas en el tiempo pero involucradas en todos los acontecimientos de su vida, cualquiera fuera la tarea por hacer. Nefardo, siempre se remontaría a los días de su infancia en los cuales su madre le corregía recordándole que el apellido Poruno se tenía que llevar con orgullo, sin contar con los Trujillos. Los hombres no vinieron al mundo para construir grandes imperios, y de héroes está lleno el cementerio; le recordaba frecuentemente la vieja Anselma al Nefardo, para atajar sus arrebatos de aventura; solo vinimos a construir un nicho para que el alma repose al calor de las otras almas y a cumplir la voluntad de Dios. El Nefardo se la pensaba de tarde en tarde, en medio de la rocería y la Anselma sabía que un día iba a arrecharse como el Florildardo y arrancaría para cualquier rincón del mundo que no fuera las ánimas; Anselma se lo temía por él y por ellos que ya estaban viejos y por la Dolly tan chiquita, apenas le despuntaban los pezones, por la Floriaca que cada rato llegaba aporreada por el marido y por Lucinda que ya le apuntaba a los cuarenta y no la había podido casar; la vieja sabía que si Nefardo le arrancaba, el Narciso y Adalberto salían detrás y solo quedarían Fermín que ya andaba viejo y las menores que andaban de busconas y de pronto se topaban marido sin tener un hombre en la casa que respondiera, porque el Fermín hacía poco había cogido obligación y ya no se encargaría de hacer las de papá.

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